viernes, 22 de agosto de 2014

-me

La octava noche que pasamos juntos prometimos no querernos; nunca he amado tanto a alguien.
Ni a mi misma.
Éramos dos gatos callejeros heridos y hambrientos. Nos conocimos en un momento en el que nuestros respectivos sexos se mojaban en salivas ajenas. La octava noche dejamos de ser los desconocidos de siete noches atrás que intercambiaban rugidos, mordiscos, sangre y sudor cómplices de nadie.
Fue "mientras tanto" el pasillo más largo que atravesamos jamás, fue "mientras tanto" quién alimento nuestra sed.
Ajenos a cualquier alrededor nuestro ojos se cruzaban e imaginábamos el recital de rugidos, mordiscos, sangre y sudor que no tardaría en llegar.
Él hablaba de biología, de causa-efecto, de filosofía.
Cada palabra que sus labios modulaban era una nueva embestida siempre en mi primer y único sueño de aquellas calurosas noches de enero.
Su voz en cualquier formato es un orgasmo; sus orgasmos obligan a revisar la definición del término milagro.

Aún no he conseguido dejar de temblar
ante sus ojos
o entre sus brazos.