domingo, 6 de enero de 2013

Sólo te plateas lo malas que pueden llegar a ser las mujeres cuando ves a una en acción.
Y yo soy una de ellas.
Mis amigos me han hablado de las más terribles conjuras que puede perpetrar una mujer y yo a esas... señoritas las he maldecido hasta la saciedad por lo que han hecho, por lo que han hecho con mis amigos y ahora, con casi veinte años me doy cuenta de que soy una de ellas.
Me veo reflejada e imitada en muchos de sus gestos de víbora, en sus miradas, en sus pensamientos, me siento mal, me siento otra puta más del montón de todas las cosas que tienen que estar cuándo ellas quieren, dónde ellas quieren, como ellas quieren y con las palabras que ellas quieren. Y yo no quiero alguien a mis pies ni hecho a mi imagen y semejanza. Quiero alguien que escuche, que hable, que me mire como si yo no fuera una más del montón de putas que se ha cruzado en su vida. Alguien a quien admirar porque aún sin saber lo que ve en mi me admire y se quiera tanto que no pueda quererme más, que ya es mucho. Alguien con quien leer en la cama y follar en la ducha. No quiero alguien que me soporte si no alguien a quien le guste yo, como ahora, despeinada, dejando enfriar el café, escribiendo(le) en servilletas de papel con un bolígrafo propio de una niña de ocho años.
Las he visto y las conozco tan bien que yo quiero ser otro tipo de mujer, no, no quiero ser otro tipo de mujer, quiero ser una mujer, quiero ser yo sin intentar que nadie sea como yo quiera, alguien que me enseñe a querer desde cero, a proponer, a aceptar, a jugar, a mirar, a reír  a ser una entre todas las mujeres.
Pero por supuesto (y con el permiso de Oliveiro Girondo)  y en esto soy irreductible, no les perdono bajo ningún pretexto que no les guste el café a cualquier hora, si no saben volar ni les gusta el café, pierden el tiempo conmigo.

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